LA CASA DE LOS CUATRO PUNTOS CARDINALES

sábado, 23 de diciembre de 2017

OÍDOS QUE NO OYEN, CORAZÓN QUE SIENTE


Nadie sabe exactamente cuándo llevó tío Arturo su armónica al Monte de Piedad, pero debió ser antes de Nochebuena. Era una majestuosa Hohner chapada en oro, con la cubierta negra laqueada, y sus lengüetas producían unos sonidos tan mágicos como la misteriosa persona que se la regaló. Desde que tengo uso de razón, la armónica siempre estuvo en casa de mi tío, descansando armoniosamente sobre el secreter de caoba. Y es que la personalidad de aquel anciano adquiría nuevas dimensiones si la Hohner se hallaba junto a él, aunque solo fuese dentro del bolsillo. Algunos decían que aquel pequeño instrumento de viento era su “pata de conejo”, pero creo que se trataba de algo más profundo, una comunión insólita con el espíritu de la persona que, tiempo atrás, le hizo un obsequio tan especial. Esto justifica el impacto que recibí cuando, una mañana de enero, mientras recorría el salón de su casa, noté la ausencia de la armónica. Al preguntarle qué le había ocurrido a su instrumento, me contestó enigmáticamente:
 “Algunas cosas solo se explican conociendo la historia que hay detrás, pero tendría que bucear en mis recuerdos para contártela…”.

Transcurrieron semanas después de aquella conversación y la armónica siguió sin aparecer. Fue a mediados de febrero cuando encontré la carta bajo un pisapapeles. Era la factura de un audífono emitida a nombre de una tal Alicia. Entonces mi mente se iluminó al imaginarme a una Alicia juvenil comprando enamorada la armónica de tío Arturo. La dibujé escuchando absorta aquella música que entretejió su romance y sus envejecidos oídos despertando a la vida gracias al audífono. Y comprendí por qué mi tío no podía tocar los sonidos que ella era incapaz de oír.


Epílogo
La Hohner volvió al lugar donde pertenecía meses después, aunque una vecina de tío Arturo afirmaba haber escuchado música de armónica mientras el instrumento dormitaba plácidamente en el Monte de Piedad.





Autor: zoë biggs

miércoles, 1 de noviembre de 2017

LA ÚLTIMA VOLUNTAD DEL “ORBISON”



Querido amigo:

La función ha terminado. Todo salió según tus deseos. Deposito esta nota, junto a un ramo de flores, sobre tu lápida. Nunca te tomé en serio cuando, siendo adolescentes, afirmabas que te gustaría que sonara “Stairway to Heaven” en tu entierro. Aún me parece escucharte:

Mientras me lloráis, yo iré subiendo entre grandiosos compases de rock progresivo. Y os diré adiós desde arriba...”.



Jamás imaginé que sonase tan pronto para ti, amigo. ¿Recuerdas cuando en la pandilla empezamos a llamarte “Orbison”? Con aquellas gafotas y tu corpulencia, cada vez te parecías más a Roy, el cantor de las mujeres guapas. ¡Y lo que te gustaba ese apodo! Seguí tus instrucciones al pie de la letra. El viejo Sanyo M2420 color antracita dio la representación de su vida y la cassette del sello Atlantic irradió un sonido casi cuadrafónico. Ni siquiera se salió la cinta.

Hoy amaneció lloviendo, pero el sol decidió resplandecer inesperadamente en tu funeral. Es curioso. Cuando volví al coche, en el espejo retrovisor se reflejó una silueta de escalera tendida sobre el arcoíris. Y creí verte subiéndola, peldaño a peldaño, hasta perderte en ese estudio de grabación donde amansan las enfermedades al son de guitarras eléctricas.

Seguro que eras tú, Orbison. Siempre fuiste un tipo afortunado.


  

martes, 11 de julio de 2017

Tiempo y espacio (T. S. Eliot)


Versión de Ricardo José Gómez Tovar ©



Este bellísimo poema data de la primera etapa de Thomas Stearns Eliot, uno de los mayores escritores del siglo XX. En sus inolvidables versos, al igual que sucede en muchas otras de sus composiciones, pero muy especialmente en su obra cumbre Four Quartets (Cuatro Cuartetos), el poeta expresa una profunda preocupación por el tema del tiempo y su misteriosa conexión con la eternidad. Al ser humano no le queda más remedio que tratar de vivir sus efímeros momentos de felicidad como si fueran eternos, mensaje que se adapta a la perfección a la letra y el espíritu de la película One Way Passage (Pasaje de ida, 1932), uno de los hitos del cine romántico, la cual analizaremos detenidamente en el próximo artículo. Mientras tanto, degustemos el magnético idealismo de este poeta filósofo o filósofo poeta nacido en Saint Louis, Misuri, en 1888 y que se despidió del mundo en la Inglaterra de 1965.





Time and Space

If Time and Space, as sages say,
Are things which cannot be,
The sun which does not feel decay
No greater is than we.
So why, Love, should we ever pray
to live a century?
The butterfly that lives a day
Has lived eternity.

 The flowers I gave thee when the dew
 Was trembling on the vine,
 Were withered ere the wild bee flew
 To suck the eglentine.
 So let us haste to pluck anew
 Nor mourn to see them pine,
 And though our days of love be few
 Yet let them be divine.

If Space and Time, as sages say,
Are things which cannot be,
The fly that lives a single day
Has lived as long as we.
But let us live while yet we may,
While love and life are free,
For time is time, and runs away,
Though sages disagree.





Tiempo y espacio


Si el tiempo y el espacio, tal como afirman los sabios,
son cosas que no pueden ser,
el sol que no siente deterioro
no nos aventaja en grandeza.
¿Por qué, entonces, Amor mío, deberíamos rezar
para vivir un siglo?
La mariposa que vive un solo día
ha vivido la eternidad.

Las flores que te entregué cuando el rocío
temblaba sobre la enredadera
ya marchitas estaban antes de que la abeja silvestre
volara hacia ellas para succionar su eglantina.
Así pues, apresurémonos a cortarlas de nuevo
 sin guardar luto por verlas languidecer,
Y aunque nuestros días de amor sean pocos,
dejemos que sean divinos.

Si el espacio y el tiempo, tal como afirman los sabios,
son cosas que no pueden ser,
la mosca que vive un solo día
ha vivido tanto como nosotros.
Así pues, vivamos mientras podamos,
mientras que el amor y la vida gratuitos sean,
Pues el tiempo, tiempo es, y corre con fugacidad,
Aunque a esto los sabios no den su conformidad.




domingo, 7 de mayo de 2017

Si una sola persona cae…

El título de este microrrelato está inspirado en una memorable frase de Gandhi: “Si una persona gana espiritualmente, todo el mundo ganará, pero si una sola persona cae, el mundo entero también caerá”. Un recordatorio más de que el hogar de los seres humanos no puede ser motivo de especulación, pues es su santuario sagrado y les pertenece por derecho de nacimiento. Aquellos que cometen el delito moral de la codicia elevando insensatamente el precio del metro cuadrado de las viviendas que venden o alquilan para oprobio de sus semejantes deberían hacerse esta pregunta en algún momento de sus vidas: “¿Qué pensaría Gandhi de lo que estoy haciendo? ¿Ganará algo el mundo con esta transacción abusiva e inmoral o solo saldrá ganando mi cuenta corriente?” 


Si una sola persona cae…

Las dos mansiones se miraban con arrogancia. Era difícil apreciar cuál era más opulenta y en cuál de las dos verdeaba con mayor intensidad el mimado césped. Bastaba contemplarlas para sentirse amparado por la maternal sombra que proyectaban, un haz de recuerdos confortables y acogedores. La pareja de ancianos dejó caer al suelo la maleta que transportaban y exclamó al unísono:

-¡Por fin lo hemos encontrado!


Nadie habría imaginado que, en aquella minúscula tierra de nadie que permanecía olvidada entre la majestuosidad de ambos edificios, podía surgir un hogar de semejante calidez. Parecía uno de aquellos insípidos arbolitos mágicos que, tras espolvorearlos con agua la noche anterior, amanecían convertidos en esplendorosos cerezos. El perfume penetrante de los jardines señoriales inundó con su fragancia aquel habitáculo sin paredes donde la pareja de septuagenarios, con cautivadora mímica que atraía la atención de los transeúntes, iba colocando los imaginarios objetos que componían el inventario de su casa. Ambos se movían al compás de una coreografía perfecta, a la que no parecía afectar la ausencia de puertas y ventanas. Pasados unos minutos, la sugestión llegó a tal punto que algunos espectadores se atrevieron a traspasar los límites etéreos del domicilio que contemplaban atónitos para ofrecerse a colgar un cuadro incorpóreo o apuntalar armarios invisibles. Esa noche de enero, la pareja de ancianos durmió plácidamente arropada, sin mantas ni radiadores. Tras el ventanal de la mansión vecina, una niña sonreía emocionada. Nunca había visto ondear la cometa de la fraternidad.




lunes, 20 de marzo de 2017

Who Knows If The Moon’s

Who Knows If The Moon’s

Who knows if the moon’s
a balloon,coming out of a keen city
in the sky—filled with pretty people?
(and if you and i should

get into it, if they
should take me and take you into their balloon,
why then
we’d go up higher with all the pretty people

than houses and steeples and clouds:
go sailing
away and away sailing into a keen
city which nobody’s ever visited, where

always
            it’s
                   Spring) and everyone’s
in love and flowers pick themselves


E. E. CUMMINGS






¿Quién sabe si la luna no es un globo?



¿Quién sabe si la luna no es un globo

que surge de una entusiasta ciudad en el cielo

repleto de personas atractivas?

Y si tú y yo nos subiéramos a él,

si ellos nos llevaran a ti y a mí en su globo,

entonces ascenderíamos con todas esas personas atractivas

a mayor altura que las casas, los campanarios y las nubes

Y surcaríamos el cielo

Hasta llegar a una entusiasta ciudad que nadie ha visitado jamás,

donde siempre es primavera

y en la que todo el mundo está enamorado

y las flores se recogen a sí mismas.

De E. E. CUMMINGS - Traducción de Ricardo José Gómez Tovar

miércoles, 4 de enero de 2017

Evadido en pleno mediodía


Hay torres de cristal, cemento y cadenas dentro de las cuales relojes de manecillas inmóviles vigilan impasibles el progreso sobre el teclado, mientras torniquetes a sueldo controlan el flujo de anónimos empleados. Ninguna de esas prisiones tiene ya sentido para él, pues se ha decretado a sí mismo amnistía navideña de tan mundanas galeras, y ahora no se verá obligado a dar explicaciones a nadie por dirigir su mirada hacia aquella urraca que codiciaba las migas de bocadillos mal digeridos o a esa bandada de gorriones que se empeñaba en trinar con algarabía aunque el cielo bramase enfurruñado. Contempla de lejos el destello de las ventanas que nunca se abren y les dedica un gesto de despedida, ni grosero ni afectuoso, pues nada tienen ya que ver con su vida. Detrás de aquel cristal opaco aún puede visualizar la silueta de algunos compañeros por los que siempre sentirá afecto. ¡Ojalá no se le aparezcan en sueños! Cruza la carretera hasta el parque habitado por otros insatisfechos, que rumian pensamientos de fuga mientras rumian su alimento.
“Así era yo”, murmura avanzando sin atreverse a mirarles de cerca. “Aquí fragüé mi fuga tantas veces antes, sin lograr jamás escaparme”.

Pero todo eso ha dejado ya de incumbirle, y lo va olvidando según se aproxima el lánguido autobús de vuelta, al que pronto dirá adiós con la mano extendida de gozo. Media hora de traqueteo en un lenguaje ininteligible le conducirá hasta un dédalo de calles hermosas, hasta el corazón de un mundo de paseantes que lucen oficialmente su alegría en el ojal, hasta el ojo de un huracán habitado por compradores ebrios de emociones fuertes. Anuncia el final de su viaje un coro de niños que parpadean al compás del alumbrado de Navidad. Despide con un pañuelo dorado al autobús, viejo amigo de penalidades, barca de Caronte perdida ya en la bruma del pasado inmediato en el que se zambulle. No encontrará aceras vacías en aquel universo recién descubierto, solo gente viva viviendo en su tiempo prestado, exploradores del espacio aficionados que se niegan a creer con todas sus fuerzas que la oficina es un agujero negro, seres que buscan su ser auténtico en el oropel de un escaparate empañado. Bajo aquel luminoso mantel navideño, tejido en atávico hilo rojo, comerá del mismo modo en que solía comer en domingo, pues jamás volverá a comer sin alma, y dejará que un litro de vino espumoso haga con él lo que quiera, y sentirá que su ser se expande, aunque su mente se adormezca, y empezará desde cero, sentido a sentido, hasta descubrirse a fondo en el fondo de los ojos de la mujer que le espera.





Epílogo

Alguien le desea Feliz Navidad desde el otro lado de la mesa. La sonrisa que acompaña la frase se asemeja mucho a la perfección. Sus ojos sonríen al levantar la copa hacia él mientras, en algún lugar del establecimiento, suena una orquesta de ángeles anglófonos dirigida por Ray Conniff. Una mirada más intensa deja entrever nuevos detalles de la visión que tiene ante sus ojos. Los velos van cayendo uno tras otro. De repente, el barniz de ámbar que reluce en el cuello de la mujer le recuerda que ahora, más que nunca, es el momento de amar la vida.